ASÍ SE BESA UN CACTUS

ASÍ SE BESA UN CACTUS PALA

Poemario finalista del Concurso Internacional de Poesía Entreversos, Venezuela 2016, fue editado en 2017 por la editorial catalana Terra Ignota.

 

“En la historia de la humanidad, primero fue la música y después la poesía.  Lo mismo parece haber sucedido en la historia de Pala.  Este es, sin ninguna confusión, el libro de un poeta. Pocas veces en los últimos tiempos me he sentido tan cerca de un “aliento poético” tan puro como el que se respira en estos versos. La música contagia la poesía con su ritmo y rima, pero estos poemas vibran con una música interior que viene de la belleza de palabras hermosas, sentidas y perfectamente acopladas. Este es un libro especialmente bello y real, agudo y vital, una poesía que se deja atrapar y que nos palpita como un pájaro vivo que nos cantara en las manos.»

Gioconda Belli, poetisa nicaragüense.

En la calle Ballesta

Desayunaba con tortilla.
Veía el noticiero.
Mi país era un mirlo rodeado de desiertos.
Yo tenía un dolor.
Era febrero.

Algunas veces, tonto,
soñaba con ciruelas a espaldas del invierno
y Madrid me besaba como besan los viejos:
torpemente, sin prisas y deletreando el beso.

Pero había dos grados
y lloviznaba incluso sobre los cementerios.

En la calle Ballesta
las putas se amarraban el pelo y la tristeza.
Yo pensaba en ser bueno,
pero el amor llegaba de Bulgaria
y costaba encenderlo.

Luego yo crucé el mar y vos tu miedo.
Hicimos predicciones con cerveza,
nos dijimos te quiero
y fue como si los amaneceres decidieran usarnos de señuelo.

Y nos nacieron cuerdas.
Y cantamos las sílabas que los muertos detestan.
¡Había que ver la cara que ponía la ceiba!
¡Había que ver lo líquidos que estaban nuestros cuerpos!

Pero así son las letras para el viento:
duran lo que una abeja
y sirven lo que un rezo.

Te fuiste a la penúltima tristeza
y yo tardé mil años
en entender la piedra.

No vamos a leernos más poemas.
Habrá toque de queda.

Cuesta aceptar que hay barcos que no verán Venecia.

**
Los poetas abusan del invierno

Los poetas abusan del invierno
-un verano también puede ser triste-.
Antes amaba el sol, luego te fuiste
y el sol se volvió un charco en el cuaderno.

Yo, que tenía un feudo en el infierno
y un optimismo absurdo, casi yanqui,
hoy, detrás de mi rol de saltimbanqui
soy otro presuicida posmoderno.

Los poetas se exceden en tormentas
-el cielo azul a veces es plomizo-.
Los que bailamos cumbia en los ochentas
habitamos un doble paraíso
donde afuera hay auroras somnolientas
y adentro hay amenaza de granizo.

**
Se ha roto una vidriera

Se ha roto una vidriera
y todo lo que fuimos en los bares
y todo lo que hablamos en las tiendas
y lo que fue manzana, grito o selva,
se ha raspado en el borde de la historia,
se ha llenado de piedras.

No volveré jamás a verla.
Nunca. Nunca.
Se me ahoga el teléfono
y hasta el patio han entrado las anémonas.

Una vez fuimos red, nos cabalgamos,
rompimos a correr entre conejos
y si alguien nos hubiera preguntado
le habríamos hablado de la forma en que usamos el suelo.

Hoy habla con taxistas.
Me descarta a la hora del veneno
y me deja de pie, frente a la nieve,
con salitre en los dedos.
Me ha escondido la nube.
Le ha negado que existo al camarero.

Se ha roto una vidriera.
Tengo un danzón de esquirlas clavado en el recuerdo.

**
El silencio

La verdad verdadera, de veritas,
es que las monjas sueñan con cantinas
y los adioses a cucharaditas
dejan hamaca y corazón en ruinas.

Es verdad que en abril las oficinas
son la frontera del remordimiento.
¿Quién no ayuda al ladrón tras bambalinas?
¿A quién no lo atraganta un juramento?

El silencio es un pálido talento
(excepto en el ballet del fugitivo).
Tú te alejas, aguantas el aliento,
y a mí me parte el punto suspensivo.
Ni tú estás por salvar un monumento
ni yo por mendigar un adjetivo.

**
Péndulo

Árbol, tribuna o caldero serían apropiados.
O callejón o teja o mosquitero.
Pero ninguno guarda la precisión del mármol
ni la silueta exacta del último pañuelo.

A los cuarenta y cinco mi sustantivo es péndulo.

En su coraza esdrújula
se resume la heráldica de aquellos
que vamos descendiendo,
pero que sostenemos en las manos
-no sin que se abra un surco entre los dedos-
un pedazo de vida que aliviana el acero.

Entre el martes de cine y el cuchillo.
Entre la copa llena y el silencio.
Justo a medio camino, pero yendo.
Balanceándome como si por el centro de la nube
cruzaran los que fui, pero sin miedo.

No soy más que un pedazo de hierro en una cuerda,
negociando las ruinas del deseo.

Mi sustantivo es péndulo.

Y mi adjetivo es otro.

Mi adjetivo es incauto.
Tal vez suelto.
Pero eso es material para otra herida.
Tendremos que esperar.
Y darle tiempo.

**
Papá
I

Papá nacía todas las mañanas.
Iba como su pueblo: largo y lento.
Trajo su mano el sol, el alimento
y el regalo inmortal de tres hermanas.

Coleccionaba alarmas cotidianas
en ausencia de guerras y sobrinos,
y entre Caperucitas y Aladinos
aprendió el pasodoble de las canas.

Pisó los Andes con un argumento
de palidez mortal y mediodía,
y me salvó de cada sufrimiento
con sonatas de beso y librería.
Con su dios de tumor y mandamiento,
era de pan mi padre y lo quería.

II

Algo dejó su mano en la herramienta,
algo de su ceniza entró a mis ojos;
los clavos de su adiós quedaron flojos
como firmes las haches de su imprenta.

Si el ángel de la muerte no escarmienta
hay que romperle a versos la quijada:
no se borra un halcón como si nada
ni se tala una ceiba a los sesenta.

Me aturde su silencio con sordinas
y vuelvo a que su barba me taladre;
si excavo es para hallar entre sus ruinas
alguna enciclopedia que me ladre.
Se transparenta un niño entre neblinas.
Es junio y otra vez me falta un padre.

**
Cuando te vuelva a ver

Cuando te vuelva a ver, yo seré otro.
Resulta imperativo que lo sepas.

Tú, que esperas al médico, al cantante,
al que los jesuitas moldearon,
al cortés, al paciente,
al que aprendió a tratar las señoritas
como a los libros caros,
como a los cuadros caros,
como a las colecciones de pinceles
o al cristal de Bohemia
o al durazno,
te podrías llevar una sorpresa.

No digo que el planeta se derrumbe,
pero yo seré otro y es justo que lo sepas.
Que te pongas el casco.
Que te blindes.

Cuando te vuelva a ver no esperes prólogos.
Me lanzaré a tu boca sin preguntas,
sin consideraciones ni poemas,
como se lanza al sexo el sordomudo.

Y plantaré mi beso cual bandera,
como afiche de fiesta o de concierto,
como se besa un cactus: brutalmente.

Y cuando pasen trueno y estampida,
después de que los labios se reciten
y se cierren los ojos y se abran,
solo entonces, no antes,
te diré
buena tarde,
¿qué tomas?
¿cómo estuvo tu día?
¿caminamos?

**
Llegará una mañana

Llegará una mañana sin sospechas,
sin vidrios en la cama, sin vacunas,
en que declararemos nuestras dunas
escandalosamente insatisfechas.

Se inmolarán las últimas cosechas
y abril hará la paz con los paganos.
Llegará esa mañana y nuestras manos
sabrán que no hay dolor porque no hay flechas.

Y cuando se arrepienta tu suicida
y mi suicida desatienda el techo
seremos otra vez los que a la herida
responden con un látigo desecho,
los que eligen salvarse de la vida
enterrándose espadas en el pecho.

**

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